sábado, 23 de agosto de 2008

Zenón de Elea.

Zenón de Elea quien vivió entre los años 490 y 430 A.C., fue por encima de todo un ardiente defensor de las concepciones de Parménides; para reforzar la demostración de las cuales ideó una serie de ingeniosos argumentos matemáticos, llamados las aporías, término griego que podría aducirse por “callejón sin salida”, como la del arquero y la flecha y la de Aquiles y la tortuga.
En el argumento de Aquiles y la tortuga - que es el más célebre, posiblemente por la anécdota de Diógenes que le quedó adjunta - Zenón pretendió demostrar que el veloz Aquiles, “el de los pies ligeros” de la Ilíada de Homero, nunca lograría alcanzar a una tortuga si le daba ventaja; porque cada vez que él recorriera el trecho que en el primer momento le separara de la tortuga, ella se habría movido un poco más.
La anécdota cuenta que, escuchada esa demostración matemática que pretendía negar la posibilidad del movimiento, Diógenes se levantó de su asiento, y le dijo la conocida frase de que “el movimiento se demuestra andando”.

Parménides de Elea - El Ser.

Parménides quien posiblemente vivió entre los años 580 y 485 A.C., es el principal representante de la Escuela de Elea, y expuso sus ideas - en cuanto ha llegado hasta nosotros - en un poema titulado “Acerca de la naturaleza”, en el cual expone cómo la diosa Diké le mostró las vías del conocimiento, y del cual han subsistido extensos fragmentos. Se afirma que siendo ya anciano viajó a Atenas, donde fue escuchado por Sócrates.
Parménides se constituyó en un persistente crítico de la doctrina de Heráclito y de las representaciones de la Escuela de Mileto, invocando una exigencia intelectual de no contradicción; por considerar que la concepción de las teorías basadas en el movimiento implicaban una contradicción lógica, que hacía que fuera absurda la filosofía de Heráclito.
Parménides sostiene que para comprender la esencia de la naturaleza hace falta disponer de un principio racional que nunca falle, por lo que critica las posiciones anteriores señalando que una cosa no puede al tiempo ser lo que es, y ser lo que no es; de manera que el movimiento, considerado como paso del no ser al ser - como resultaría de la tesis de Heráclito - es imposible.
Dice que la diosa Diké le mostró que hay una vía del conocimiento que es la opinión , que fue la que siguiera Heráclito y los filósofos de la escuela de Mileto, pero que se fía de los sentidos y ve lo cambiante del mundo de las apariencias, por lo cual no conduce a la verdad. En cambio, existe la otra vía que es la de la lógica que gobierna la razón , que es la única que conduce a la verdad.
Él aboga por la existencia del Ser absoluto, conforme al cual “el Ser es, y el No Ser no es”. El Ser es lo estable y permanente; no es sensible ya que los sentidos sólo pueden captar la diversidad de lo cambiante, es puramente alcanzable e inteligible para la razón.
Por medio de la lógica y la razón, es posible conocer las características del Ser ; tales como que no tiene principio ni fin , porque si hubiera tenido principio tendría que haber surgido ya fuera del Ser o del No Ser. En el primer caso habría surgido de sí mismo y existía antes de tener origen; pero en el segundo caso, al surgir del No Ser tampoco habría podido existir.
El mismo razonamiento es válido para ver que el Ser no puede tener fin; porque si terminara en el Ser estaría limitado consigo mismo, lo cual es no tener limitación; y si terminara en el No Ser en realidad no tendría límite en nada.
Empleando el mismo método de análisis lógico, Parménides va demostrando que el Ser ha sido siempre, que es y continuará siendo; que es único, eterno e inmóvil.
Finalmente, su razonamiento lo conduce a afirmar que la realidad conformada por el Ser verdadero no puede ser conocida por los sentidos; que los sentidos nos muestran una realidad variada y cambiante pero que es contraria a lo que nos ha enseñado la razón, por lo cual los fenómenos de la naturaleza resultan ser una mera apariencia, al igual que el movimiento, cuya existencia niega.
Parménides afirma, en conclusión que lo único que verdaderamente existe es un mundo que está más allá de los sentidos; en el cual las propiedades esenciales del ser son las mismas que las propiedades del pensamiento: “Una, y la misma cosa, es pensar y ser”, sostiene.
De esta manera, Parménides resulta ser un precursor del idealismo de Platón, e inaugura la metafísica, al sentar firmemente el concepto de que la unidad no explica la multiplicidad, sino que la unidad no resulta otra cosa que la unidad misma.

Heráclito de Efeso - Surgimiento de la metafísica.

En forma contemporánea con el desarrollo de las corrientes materialistas de la escuela de Mileto y el espíritu científico de la escuela Pitagórica, se desenvuelve un movimiento filosófico que representa el tercer paso en el grado de abstracción filosófica: la abstracción metafísica; según la cual todo está dirigido por una fuerza superior, inmaterial, que produce el orden de la naturaleza: el logos.

Heráclito nacido en el 540 A.C. en la ciudad de Efeso, en Asia Menor, y fallecido en el año 484 A.C., expuso su teoría en un libro llamado “De la naturaleza de las cosas”, del cual se han preservado extensos fragmentos. También se ocupó de las cuestiones de la sociedad, propugnando como ideal de vida la obediencia de las leyes.
Lo esencial de la naturaleza, en su concepto, es que todo está constantemente en movimiento, todo cambia; lo que ejemplificó con su conocida expresión de que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”.
Heráclito propone como arkhé, el fuego; porque considera que al estar todo en permanente cambio, todo participa de la inestabilidad del fuego. De tal manera, incorpora a la noción del “ser” expuesta por filósofos anteriores, el concepto del fluir de las cosas, que consideró como la realidad subyacente a todas las cosas, comprendiendo en ello las aparentemente más estables.
La realidad está sometida permanentemente a una tensión de cambio, que es como un combate entre todos sus componentes. Pero ese continuo transcurrir de todas las cosas bajo esa tensión está regida por una ley universal, que es el logos, cuyo conocimiento lleva a conocer la verdad.
El logos es algo que no puede ser aprehendido por los sentidos, que solamente es percibido por los hombres sabios - los filósofos - a quienes se les presenta en una forma enigmática. Es un conocimiento que ha existido desde siempre, y que el sabio conoce aún antes de haber oído hablar de él.
El concepto del logos que propone Heráclito tiene una gran trascendencia para la ulterior evolución del conocimiento filosófico; siendo posteriormente tomado por los estoicos que le asignan el carácter de un poder racional de origen divino que dirige todo el Universo, que en el cristianismo se identifica con el Verbo, la voluntad de Dios.


Leucipo y Demócrito de Abdera - Los átomos.

De Leucipo se supone que vivió en la ciudad tracia de Abdera, aproximadamente entre el 450 A.C. y el 370 A.C.; y casi nada se conoce a su respecto ni de sus posibles escritos. Se reconoce, no obstante, que ha sido el verdadero creador de la concepción atómica de la materia, cuyo desarrollo fuera expuesto por su discípulo Demócrito.

Demócrito nació en Abdera alrededor del 460 A.C. y falleció en el año 370 A.C. También escribió varios libros exponiendo sus concepciones, de los que solamente se han conservado breves fragmentos. Habiéndose ocupado también del tema de la necesidad de alcanzar la felicidad y la alegría como el bien mayor, a través de la moderación y la tranquilidad; Demócrito ha sido conocido como el filósofo “alegre”, en contraposición con Heráclito a quien se conoció como “el oscuro”.
Leucipo y Demócrito, consideraron que toda la materia provenía de la unión de unas partículas indestructibles, tan pequeñas que eran invisibles, a las que llamaron átomos: no divisibles. Esas partículas se mueven eternamente en un espacio vacío infinito, al que llamaron kenón; de modo que por su movimiento eterno y como resultado del azar, chocan unas contra otras y forman todas las materias.
Por lo tanto, conforme a la concepción de los atomistas, existen cuatro principios fundamentales:
Los átomos
El kenón o vacío
El movimiento eterno
El azar

Aunque estarían todos hechos de la misma sustancia, los átomos serían diferentes en su tamaño, consecuentemente en su peso, y se colocarían en la materia en distintas posiciones; lo que sería el origen de las distintas maneras en que las sustancias son percibidas por los sentidos. El alma sería el resultado de la unión de los átomos más sutiles.

Anaxágoras de Clazoneme - La Mente superior.

Anaxágoras nació en Clazomene - ciudad que estaba cerca de la actual Izmir, en Turquía - alrededor del 500 A.C. y vivió hasta el año 428 A.C. Fue el primer filósofo que se estableció en Atenas, alrededor del 480 A.C. Tuvo como alumnos a Pericles, a Sócrates y también a Eurípides.
Luego de haber enseñado en Atenas por casi tres décadas, fue sometido a juicio por impiedad contra los dioses - antecedente del proceso a Sócrates - porque sostuvo que el Sol no era un fuego sino una piedra caliente, y que la Luna había surgido de la Tierra. Luego de eso, se radicó en la ciudad jonia de Lampsaco, colonia de Mileto, donde le alcanzó la muerte. También parece haber sido uno de los primeros en exponer sus doctrinas en forma de textos o libros; aunque de su obra “Peri physeos”, solamente se han conservado algunos pocos fragmentos.
A partir de las concepciones de la Escuela de Mileto y de Empédocles, sostuvo que toda la materia ha existido en su forma primaria en pequeñas partículas, similares a las semillas, que en su infinita pequeñez encerraban las cualidades de todas las cosas; por lo cual Aristóteles las llamó homeomerías. Consideraba que cada sustancia está compuesta por la agregación de innumerables partículas de su mismo material.
Estas partículas han existido desde la eternidad, pero en algún momento son organizadas por un orden proveniente de lo que Anaxágoras denominó el Nous, una Mente superior o inteligencia eterna, que contiene el principio del movimiento.
Estas concepciones - que fueron en buena medida determinantes de su destierro de Atenas al tenérselo por impío - constituyen un hito en la evolución del pensamiento filosófico griego; antecedentes de las concepciones de Aristóteles, y de la teoría de los átomos de Demócrito.

Empédocles de Agrigento - El pluralismo de los principios.

Empédocles nació en Agrigento alrededor del 493 A.C. y falleció en el año 433 A.C. Fue discípulo de Pitágoras y de Parménides y tuvo una activa participación en la vida política de su ciudad natal.
El pensamiento de Empédocles debe integrarse en el desarrollo cronológico de los primeros pasos de la filosofía griega, dado que representa una continuación de las concepciones materialistas de la arkhé, en cierto modo como respuesta a las objeciones que su maestro Parménides formulara a las ideas de los filósofos de la escuela de Mileto; pero en forma contemporánea al desarrollo de los primeros metafísicos.
Parménides había objetado la doctrina de la escuela de Mileto, sosteniendo que su concepción de un principio unitario no proporcionaba un justificativo racional a la diversidad existente en la realidad: “la unidad no explica la pluralidad” - decía.
Frente a ello, Empédocles sostuvo que en la naturaleza no había uno sino cuatro principios invariables y permanentes, a los que llamó los cuatro elementos: el agua, el aire, la tierra y el fuego. Por primera vez enunció lo que ulteriormente ha sido el principio de continuidad de la materia (Lavoisier), al afirmar que en la naturaleza nada nace ni nada muere, sino que estos cuatro elementos alternativamente se unen y se separan. El factor que impulsa esas uniones y separaciones, es una causa eficiente: el amor que une y el odio que separa; y que actúan sobre esos cuatro elementos combinándolos en una infinita variedad de formas.
Sostuvo que en la realidad se cumplen ciclos. Al principio impera el amor, y entonces los cuatro elementos están absolutamente unidos; hasta que poco a poco el odio los va penetrando y finalmente los separa. Pero el ciclo recomienza porque el amor vuelve a imponerse y nuevamente reúne los elementos; y así ocurre en forma eterna, sin que ninguno de esos cambios permanentes produzca la creación de nueva materia.
De esta manera, se asigna a Empédocles el haber originado la concepción cíclica del tiempo y de la naturaleza, del eterno retorno a lo anterior; un concepto que reaparecerá siglos después en la filosofía con Nietsche y en la sociología con Wilfredo Pareto y su “corsi e recorsi”.
También se adjudica a Empédocles haber formulado una primaria idea de la Teoría de la Evolución darwiniana, al considerar que las personas y los animales provenían todos ellos de formas anteriores, precisamente por esa recombinación sucesiva de los elementos.

Pitágoras de Samos.

En 494 A.C. durante las Guerras Médicas, los persas invadieron Jonia, y destruyeron la ciudad de Mileto; determinando que los filósofos jonios se trasladaran a la zona de colonización griega denominada la Magna Grecia, ubicada en el sur de la península italiana, donde se originó una nueva escuela filosófica, llamada la Escuela pitagórica o itálica.

Pitágoras nació en la isla de Samos hacia el 584 A.C. y falleció en Metaponto hacia el año 496 A.C. Educado en las doctrinas de Tales de Mileto y sus seguidores, fue desterrado de Samos por Polícrates, por lo que se radicó en Crotona, en el sur de la península italiana donde fundó una escuela en la cual el objetivo para sus alumnos era alcanzar la purificación. Se considera que fue Pitágoras el primero que utilizó el nombre de filósofo para describir su afecto por la sabiduría.
Su escuela era una comunidad regida por reglas estrictas de obediencia, mucha moderación en el consumo de alimentos, sencillez en el vestir y en la tenencia de posesiones materiales, el hábito del análisis introspectivo; y principalmente la regla del secreto que prohibía revelar su doctrina. Por ese motivo ella no quedó escrita y solamente fue conocida hacia fines del siglo V A.C.; debido a lo cual, más que a una doctrina de Pitágoras corresponde referirse a la doctrina de los pitagóricos.
La escuela pitagórica se bifurcó en dos corrientes, una de ellas místico-religiosa y la otra científico-matemática.

Los pitagóricos místicos, pertenecientes a la primera de ellas, fueron los que más se atuvieron a las reglas de una convivencia en comunidad; que guardan clara similitud con las aplicadas en la época medieval en la vida de los monasterios cristianos.
Conformaron una especie de secta que, inspirada en el orfismo, introdujo en occidente ciertas creencias tipicamente orientales. Entre ellas, la concepción de la metempsicosis, de origen egipcio, según la cual el hombre era esencialmente su alma, en tanto que su cuerpo era una especie de obstáculo a su felicidad. Consideraban que el alma era inmortal, y que se trasladaba, pasando sucesivamente de un cuerpo a otro.
Las almas se encontraban agrupadas, flotando en el aire, y entraban en el cuerpo por medio de la respiración; de modo que una vez en el cuerpo, debían realizar un proceso de purificación llamado katarsis. Mediante él debían liberarse nuevamente de lo corpóreo a través de la vida ascética; hasta obtener una última liberación con la muerte, para efectuar nuevas reencarnaciones que le permitieran alcanzar una total libertad y perfección.
Las tesis de los pitagóricos místicos sobre la existencia e inmortalidad del alma permanecieron, en realidad, mucho más en el terreno de las creencias que en el propio de la filosofía, por cuanto ni siquiera intentaron una fundamentación racional de ellas.

El pitagorismo matemático sostenía que el origen del orden cósmico estaba en los números; que todo puede ser reducido a la noción de número y expresado por números, y que la naturaleza está toda ella escrita en números.
Identificando el ente (todo lo que es) con los objetos matemáticos, estos pitagóricos consideraban que los números son perfectos y en definitiva eran las cosas mismas. Durante el siglo V A.C., la escuela pitagórica ubicó en el centro del pensamiento filosófico el problema del orden y de la organización, asignándole más importancia que al problema del origen del kosmos.
Para ellos, tanto los números como la oposición entre lo finito y lo infinito, constituían la sustancia de todas las cosas. Los números eran los principios; y de sus elementos: lo par por lo ilimitado y lo impar por lo limitado, procedía la unidad del ser. El diez era el número perfecto; por lo cual diez tenían que ser los cuerpos celestes que se movían alrededor del fuego central, llegando así a la conclusión de que, como solamente se conocían nueve, debía existir otro, al cual llamaron la anti-Tierra. Fueron los primeros en concebir a la Tierra como un globo que, al igual que otros, giraba en torno al Sol.
De la relación existente entre las matemáticas y la escala de los sonidos musicales - lo cual fue otra importante contribución pitagórica - dedujeron la teoría de la “música de las esferas”, que sería resultado del sonido emitido por el Sol, la Luna y las estrellas; a causa de la armonía del Universo que hacía que los cuerpos celestes estuvieran separados entre sí por intervalos equivalentes a los de las cuerdas armónicas de los instrumentos musicales.
La escuela de los pitagóricos matemáticos, desde el punto de vista de la evolución del pensamiento filosófico, representa un primer avance en el sendero de la abstracción respecto de los orígenes jónicos.
Mientras los jónicos dieron el primer paso al procurar una explicación racional de la realidad, fincaron su arkhé en elementos de índole material. Los pitagóricos que ubican el primer principio en el concepto del número, se alejan por primera vez de una explicación materialista y representan el segundo grado de abstracción filosófica, ya que acuden a un concepto.